Muchas veces nos dejamos atrapar por la monotonía, por las rutinas y por nuestros pensamientos repetitivos. Ponemos filtros en nuestros ojos, tal cual como lo hacemos en Instagram. Omitimos muchas historias y personas que están a nuestro alrededor.
Abriendo los ojos
Hace poco vino un amigo francés y me tocó convertirme en guía turístico de la ciudad donde nací. Estaba muy emocionado, pues era mi primera vez mostrándole a un extranjero mi ciudad, quería que se enamorara de nuestro rincón del mundo, quitarle cualquier preconcepción que pudiera tener y que al final dijera con una sonrisa: “¡Qué chimba! ¡Quiero volver!”.
Debo admitir que, a los minutos de salir de casa, fue un poco frustrante. Me di cuenta de que no conocía mi propia ciudad. Llegamos al centro y me percaté de que no tenía clara su historia, no sabía qué lugares debía mostrarle a mi amigo y, mucho menos, era capaz de resolver las dudas que le surgían.
Poniéndome el filtro de turista
Ya que rápidamente me di cuenta que no podía ser ese guía turístico que inicialmente había imaginado, decidí cambiar mi perspectiva y ponerme un “filtro de turista” en los ojos. Ver todo como si yo también estuviera de viaje con él en mi propia ciudad. ¡Es impresionante cómo cambia todo! Cosas que siempre habían estado ahí, comenzaba a detallarlas y a impresionarme por la belleza de nuestro país.
Bajarme del Transmilenio en Universidades y ver cómo las montañas imponentes y la frondosa vegetación abrazan esta ciudad llena de edificios, tráfico y bullicio, era como redescubrir un paisaje familiar. Lo que la rutina diaria me había hecho pasar por alto…
Decodificando lo cotidiano
Estuvimos 5 horas caminando por el centro, al principio llevándolo a lugares conocidos, luego perdiéndonos por calles inexploradas y dejándonos llevar por las cosas que veíamos y escuchábamos.
Cuando uno pone atención a los pequeños detalles y los analiza, como el lenguaje que utilizamos día a día, es bastante chistoso ver cómo a veces no tiene sentido nada de lo que decimos. Sobre todo cuando intentamos traducirlo textualmente o buscamos una palabra similar en otro idioma, que no abarca del todo el significado o poder que puede tener la expresión original. Por ejemplo, ¿Cómo explicarle a mi amigo los distintos contextos en los que se usa “gonorrea” o “monda”? ¿Cómo hacerle entender qué es un “ñero” sin poder señalarlo físicamente? ¿O cómo describirle el sabor de tantas frutas tropicales que en su vida ha visto?
Maravillarse con lo cotidiano
Esa experiencia me hizo darme cuenta de que tenemos tanto control sobre nuestra mente como en la forma en que percibimos las cosas. Si nos desconectamos un poco del ajetreo diario y nos enfocamos en ver la belleza que nos rodea, en apreciar lo que tenemos y en cuestionar nuestros propios pensamientos, podemos maravillarnos con lo aparentemente cotidiano.
Abrir los ojos y quitar los filtros que nos imponen la rutina y las preconcepciones nos permite reconectar con la riqueza de nuestro entorno. Valorar los pequeños detalles que antes pasábamos por alto nos vuelve más receptivos, más abiertos a que nuevas ideas y oportunidades nos encuentren. Basta con atrevernos a ser turistas en nuestra propia vida por un día para redescubrir lo extraordinario en lo ordinario.